SANTÍSIMO CRISTO DE CONFALÓN

Santísimo Cristo de Confalón

La imagen del Stmo. Cristo de Confalón está datada en el siglo XVI, de estilo renacentista con influencia gótica, de autor desconocido y que fue restaurada en el año 2000.

Está clavado en una cruz ebonizada, con taracea de nácar, marfil y carey.

Procesiona en un paso (trono) al más puro estilo ecijano (llevado a hombros de sus hermanos en dos “remuas”, la de los altos y la de los bajos), con peana barroca del siglo XVIII dorada.

Es iluminado con candelabros de metal sobredorado en oro fino de guardabrisas y tulipas con lágrimas de cristal de roca.

Para podernos hacer una idea de la esencia del concepto sobre el que se cimienta el estilo propio "confalonero" y sobre la simbología del paso del Cristo de Confalón, seguidamente se transcribe literalmente el artículo redactado por nuestro anterior Director Espiritual D. Luis Joaquin Rebolo González, que fue publicado en nuestro Boletín Confalonero de 2011:

 

 El Rey de la Victoria

 No cabe duda de que se está produciendo un cambio generacional en el mundo cofrade. Esto ha sido pretexto en los últimos años para la realización de interesantísimos replanteamientos en el seno de nuestras Hermandades, los cuales evidencian el necesario debate de ideas sobre el futuro y la identidad de nuestra Semana Santa.

 En efecto, la Semana Santa astigitana posee un rico patrimonio de cuño autóctono. Encrucijada de caminos, Écija supo atraer a los mejores para que trabajaran al más alto nivel; pero al miso tiempo que enriquecía su leyenda con las nuevas tendencias, moldeó su propio universo conceptual y generó un estilo propio, distinto, único. Hoy en día, se pueden seguir apreciando las características de estilo con cuño ecijano en casi todas las artes y en el patrimonio etnológico. Los acentos de una identidad extraordinariamente caracterizada consiguieron hacer de lo propio, de lo concreto, una aportación a lo universal.

 El barroco ecijano, propio y desconocido

Por eso hoy tendríamos que preguntarnos, ¿conocemos lo que nos define? ¿Estamos familiarizados con lo que hemos aportado como Ciudad a lo largo de los siglos? Por ejemplo, cuando un amigo viene de fuera a conocer Écija, ¿sabrías tú decirle tres características de estilo que definan al “barroco ecijano”? Si vivimos rodeados de barroco ecijano y no sabemos responder esta pregunta, debemos reconocer que algo falla. Pero, si además gestionamos las mejores joyas del barroco ecijano en nuestras cofradías y no tenemos ni idea de lo que llevamos entre las manos, entonces ese problema adquiere una gravedad mucho mayor. Cuando se oye cómo se tilda fácilmente de “cateto” el estilo ecijano, uno no puede concluir que se haya comprendido la esencia del concepto sobre el que se cimienta un estilo propio. La consecuencia ha tenido una traducción estética verdaderamente drástica, quedando relegadas peanas, azucenas, doseles, cruces de taracea, tradiciones, medias lunas, ráfagas o las potencias con la flor de lis real con las que Écija agradeció a Felipe IV el privilegio concepcionista.

 Ese extrañamiento ante la tradición, ante la propia historia, es la condición de posibilidad para que haya personas que incurran en un inapropiado adanismo, es decir, creer que el mundo comienza con uno mismo, y copien acríticamente a Sevilla porque entienden que todo es mejor que su empobrecido pasado.

 Pero de ningún modo cabe pensar que aquí se propone repetir el pasado y no avanzar. Más bien –y es sólo una opinión particular para la que pido benevolencia– forjaremos el futuro de nuestra Semana Santa conociendo e interiorizando, en primer lugar, nuestra historia. Se trata de dialogar fusionando horizontes, el de ayer y el de hoy, para seguir creando novedades con una personalidad propia e inconfundible.

 Pero entonces cabe preguntarse, ¿cómo se podrá fomentar que esto ocurra, si nadie explica el sentido de las cosas? En realidad, la correcta interpretación de nuestro patrimonio ha abandonado tristemente el ámbito popular para convertirse en un cultismo prontamente descalificado, en muchas ocasiones, precisamente por quienes han de velar por dicho patrimonio. Faltan, por tanto, elementos de interpretación que generen corrientes de opinión bien fundadas, sin las cuales no habrá base para futuras creaciones de apellido ecijano.

 Las preguntas, como no, llevan unas a otras en cascada: Si la gramática de nuestro arte expresa un mundo de ideas con cuño propio, ¿quién es el responsable de formar en lo que, más allá de los gustos, son los criterios objetivos desde los que entender este legado? La respuesta, por supuesto, es todos. El hermano mayor y el sacerdote, el profesor de historia del arte del Instituto y la profesora de religión, los padres y los catequistas, los programas culturales y los guías turísticos… Tampoco debemos olvidar la aportación intelectual que, en este sentido, debe realizar el Consejo de Hermandades, al que cabe moral y canónicamente el deber de velar por la especificidad de nuestra Semana Mayor y por la formación de los cofrades.

 Si esto no ocurre, entonces pueden darse paradojas como decir que “lo propio de aquí” es lo que se ha hecho siempre, siendo justamente lo contrario, puesto que “lo propio de aquí” es un concepto profundamente dinámico y abierto a lo nuevo precisamente para ser fiel a la identidad única.

 Por este motivo, la Hermandad me ha pedido que realice este artículo sobre la simbología del paso del Cristo de Confalón, rompiendo así una lanza en favor de esta necesidad de reconocernos en nuestro arte. Evidentemente, mis discretas aportaciones irán más en la perspectiva teológica que artística, materia esta última en la que no estoy ni siquiera introducido. Espero que el entusiasmo con el que realizo estas humildes apreciaciones case bien con vuestra benignidad al interpretarlas.

Écija, un crisol entre Oriente y Occidente

Lo primero que tenemos que afirmar, como pauta general de interpretación, es la influencia del arte bizantino y la teología barroca en la proyección del paso del Cristo de Confalón. Ante esta aseveración muchos podrán preguntarse a partir de qué indicios puede apuntarse a una influencia oriental en el arte ecijano. La historia nos da un apunte insoslayable porque, mientras que la realidad cultural de la Hispania visigótica era muy pobre en su intento agónico de mantener el legado romano, la Baja Andalucía se erigía como un crisol de horizontes capaz de generar una realidad cultural sobresaliente. La preponderancia adquirida por Bizancio como capital del Imperio Oriental (a. 330) impulsó las pretensiones restauracionistas de Justiniano. Éste desembarcó sus tropas en la Península Ibérica y desplegó su influencia en gran parte de la Bética (a. 552-624) y, como no, en aquella significativa cabeza de convento jurídico que fue Astigi (a. 568-586).  Al cristianismo occidental vivido hasta entonces, se le suma el torrente espiritual procedente de Oriente, con sus connotaciones específicas sobre el arte románico.Siglos más tarde, las órdenes militares y la teología barroca contribuyeron a prolongar en el tiempo la influencia del Oriente cristiano.

 Una connotación específica del arte bizantino es la influencia de la teología joánica, es decir, propia del Evangelio, cartas y Apocalipsis de San Juan, pero también de las tradiciones de las siete Iglesias orientales fundadas por el Apóstol. Esa teología desembarcó también en el Levante español junto con los bizantinos y arribó a Écija, donde San Fulgencio y Santa Florentina, entre otros, contribuyeron a una espectacular fusión de planos culturales y espirituales. Más tarde, los predicadores de los siglos XVI y XVII, incidirían de modo prolijo en aspectos fundamentales de la pasión según San Juan.

Características de la teología joánica

Para abordar en mayor profundidad lo referente a la pasión, muerte y resurrección de Cristo, San Juan compone dentro del cuarto Evangelio el denominado “Libro de la pasión y gloria” (Jn 13, 1 – 20, 31). La “hora” por excelencia en la que se ha de manifestar la gloria del Hijo del hombre no es sólo la resurrección, sino la pasión y gloria unidas. La muerte es, paradógicamente, el momento de la glorificación (Jn 13, 31-32). En ningún otro Evangelio se destaca tan claramente como en el de Juan que la pasión de Jesús es el momento –la “hora”– de su glorificación. De modo que la Cruz, más que un patíbulo aparece presentada como un trono glorioso.

 Todo el sufrimiento de Cristo es para San Juan el camino de retorno al Padre, y es precisamente ese camino hacia la gloria, transido de gloria, transfigurado de luz, el que centra su atención (Jn 13, 1; 14, 2.28). En la profunda reflexión que hace San Juan en su Evangelio, Cristo manifiesta en la Cruz su victoria y señorío sobre la muerte. De hecho, prescinde del cirineo en su relato: Jesús lleva su propia Cruz con autoridad y realeza. La Cruz no es un patíbulo ni una deshonra, sino el trono desde donde el Hijo de Dios gobierna coronado de espinas. De hecho, en la Cruz Jesús domina la situación hasta el final, haciendo que se cumpla la Escritura con cada una de sus siete palabras, hasta el momento de inclinar la cabeza entregando el espíritu (Jn 19, 20-30).

Iconografía del paso del Cristo de Confalón

 A partir de aquí, profundizaremos en la catequesis iconográfica del paso del Cristo de Confalón. Como primer apunte, diremos que Écija supo dotar su representación de una asombrosa densidad teológica, fruto del sincretismo de milenios de historia que, erudita e inspiradamente articulados, dieron origen a un estilo único. El Cristo de Confalón, obra anónima de los primeros compases del s. XVI, de factura renacentista con fuertes reminiscencias góticas, es el primer y fundamental elemento de este extraordinario conjunto. Por orden cronológico, un segundo elemento a destacar es la peana de procesionar dorada, de estilo barroco-ecijano del s. XVIII, rematada con candelabros de metal sobredorados al oro fino y acabados en guardabrisas con tulipas de los que cuelgan lágrimas de cristal de roca. En los años impares, el Cristo luce un sudario blanco bordado en oro, fechado en 1898, que sería un tercer elemento a tener en cuenta. Finalmente, donada a la Hermandad por los Excmos. Srs. Marqueses de Peñaflor, aparece una Cruz de ébano, con incrustaciones de marfil, carey y nácar.

 1.- El Cristo de Confalón.

Es un crucificado plenamente europeo en torno al cual va a desarrollarse un lenguaje conceptual fuertemente oriental, revestido de piel barroca-ecijana. Entre los mencionados legados espirituales de Bizancio, hemos dicho que figura la lectura de la Pasión desde la perspectiva joánea, con su particular visión de la Cruz como lugar de la manifestación de la plenitud de la vida divina. Mientras que, por su parte, el Evangelio de San Marcos describe con una desgarradora sobriedad la crueldad del acontecimiento histórico (bruta facta), San Juan prefiere emplear la Cruz a modo de soporte para poder hablar de la otra dimensión sobrenatural que no se ve y en la que se está llevando a cabo la salvación del mundo.

icono confalonUna de las características que dejó en suelo ecijano el arte bizantino fue precisamente esta capacidad de abstracción frente a los antiguos modelos helenistas, más naturalistas y descriptivos. Es decir, en la composición presidida por el Cristo de Confalón, se lleva a cabo una abstracción mediante la cual no se busca tanto representar el desarrollo histórico de la pasión de Cristo como el valor salvífico de aquel acontecimiento de repercusiones meta-históricas. Se trata, en definitiva, de una nueva actitud transcendente que redimensiona el mundo terrenal desde la luz encontrada en el mundo superior. Por este motivo, los crucificados netamente bizantinos poseen un profundo simbolismo de divinidad, de vida interior y una lograda expresión de victoria y salvación. Será en el detalle y en el tratamiento plástico del conjunto que acompaña a la imagen donde se manifieste el sincretismo de lo bizantino y de la tradición local.

 1.1.- Las azucenas.

icono azucenasPor eso, podemos observar cómo de sus heridas afloran las azucenas. Las azucenas han representado secularmente la pureza y la majestuosidad, debido a su color blanco y a su fresco aroma. Esa pureza hizo que estuviese asociada a la religión desde un periodo muy arcaico, figurando incluso en el Templo de Salomón. En esta representación indican, haciendo un paralelo iconográfico al poema del Siervo de Yahvé, que «nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron» (Is 53, 5 b). Eso es lo que Écija abstrae de lo que en principio podría ser una representación descriptiva del sufrimiento: Las heridas del Señor son fuente de salvación[1] de las que se desprende el «buen olor de Cristo» (2 Cor 2, 14). Ese buen olor, nos enseña San Pablo en la misma Carta a los Corintios, sólo lo difunden los asociados a su victoria sobre la muerte y es un «olor de vida, para vida» (2 Cor 2, 16). Las azucenas, por tanto, indican que Cristo, después de llevar en su cuerpo las marcas de la Pasión, después de haber sido coronado de espinas y crucificado, después de mostrar la llaga de su costado abierto, está vivo; vivo y destilando victoria por sus heridas. Las azucenas hablan del imperio de su poder sobre la muerte. En el árbol de la Cruz se nos da la vida, pero también es el trono donde Cristo vence y reina sobre el poder de las tinieblas.Por eso, las azucenas muestran la majestuosidad del Rey victorioso y la pureza que nos trae con el perdón de nuestros pecados.

1.2.- El titulus o INRI.

icono inriEn la parte superior de la Cruz, aparece el titulus con el que lo condenaron. Pero se incluye otra curiosidad que nuevamente nos remite al Evangelio de San Juan. Mientras que todos los evangelistas dicen «Jesús, el Rey de los judíos», San Juan es el único que añade: «Jesús Nazareno, el Rey de los judíos» (Jn 19, 19). Puede parecer un simple detalle, pero ese detalle nos habla de la vida pobre, escondida y laboriosa de Jesús Nazareno. El que está reinando y manifestando su gloria, pasó por la pobreza de Nazaret y conoció el rigor del trabajo. De este modo paradójico, se acentúa la continuidad en la identidad del Jesús terreno y el Cristo glorioso, pero a la vez se hace aún más patente el actual contraste. Es una llamada de atención que nos invita a mirar más allá, a profundizar en el sentido teológico del conjunto.

 2.- La peana como trono de luz y de gloria.

icono tronoUn Rey se presenta ante sus siervos en el salón del trono, coronado y además enmarcado en las galas de un dosel que le distingue en la presidencia de la sala. Del mismo modo, Jesucristo crucificado se nos presenta en su trono de gloria como Rey de la victoria, triunfante de los poderes del mal. La peana adopta la forma de un trono regio, sobre el que gobierna el Soberano. La gloria se representa con el oro, color de la divinidad por ser el metal más noble y, a al mismo tiempo, distintivo de la condición real. El trono de los reyes y príncipes de este mundo, como no podía ser de otro modo en la antigüedad, era portado a hombros, a modo de silla gestatoria. Los hermanos de paso del Confalón son también, por tanto, un elemento imprescindible para entender la totalidad de lo representado. La peana de gloria nos sitúa, de este modo, al otro lado de la realidad histórica e introduce un elemento interpretativo fuertemente caracterizado.

 2.1.- Los guardabrisas.

icono guardabrisasPero, a la vez, ese trono es un trono de luz para decirnos que Cristo vive glorificado y es la Luz que vino a las tinieblas del mundo. La luminosidad que brota del trono no es para iluminar a Cristo, sino que desea crear el efecto de que es Jesucristo quien nos ilumina, quien irradia luz al modo de las imágenes crucificadas de los iconos orientales. De este modo, se hace imagen la enseñanza bíblica que en el mismo Evangelio de San Juan nos dice: «En él [el Verbo] estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió» (Jn 1, 4-5). La Luz crucificada que no es recibida; la muerte absorbida en la victoria del que es Luz de Luz.

 2.2.- El cristal de roca.

icono lagrimasLos guardabrisas y las lágrimas de cristal de roca contribuyen a elevar la luminosidad del paso en la calle. Ellos aportan al conjunto no sólo la transparencia y la pureza del cristal, sino también la capacidad que el cristal tiene de permitirnos ver a través de él o de lograr que la luz lo atraviese. De este modo, la peana añade a su fuerte simbolismo el elemento de ser puerta de la Gloria a través de la cual puede entreverse el mismo cielo y mediante la cual vienen a nuestras almas luces de lo alto. El espacio que se deja a la imaginación es muy generoso, porque se genera un efecto de ensueño. Este lugar abierto a la interpretación imaginativa contribuye a convertir el paso en un “lugar de paso” de la tierra al cielo y del cielo a la tierra: «En efecto –afirma el Prof. Antón Pacheco–, la imaginación se nos presenta como la mediación entre lo inteligible y lo sensible: es la facultad que enlaza un ámbito con otro y por tanto participa de uno y de otro. Esto significa que la imaginación no será ni lo puramente sensible ni lo puramente inteligible, que participará de ambos».

 El resultado final de la suma de estos elementos en un trono de luz y de gloria se erige como una confirmación de la profecía de Isaías: «El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tinieblas y sombras de muerte, una luz les brilló» (Is 9, 1).

 3.- El sudario.

icono sudarioEs un paño de pureza, bordado en oro a finales del XIX, que aporta al conjunto una de las galas reales del Crucificado, la única que la imagen permite en dicho momento de la Pasión, pero bordada noblemente para el Rey de reyes. Se coloca sólo en los años impares encima del paño de pureza tallado que posee el Cristo. La piedad popular, de un modo especial a partir del barroco, expresará la gloria del Dios y Rey añadiendo estas faldillas ricamente bordadas en el caso de algunos crucificados.

 4.- La Cruz de taracea como trono de la divinidad.

icono incrus taraceaNatalia Pérez Aínsua Méndez escribió en este mismo Boletín Confalonero un completo artículo titulado La Cruz del Santísimo Cristo de Confalón, que es un estudio riguroso y bellísimo sobre todos los aspectos de esta famosa Cruz de taracea, incluidos los planos simbólico-teológicos. En este artículo sólo añadiremos una lectura en paralelo con algunas líneas maestras de la iconografía oriental que arrojan perspectivas nuevas en la comprensión global de la imagen.

 El Oriente cristiano aporta al arte un nuevo sistema iconográfico, caracterizado por la composición rítmica. Del mismo modo, el anverso de la Cruz del Confalón ofrece una rica combinación cromática y decorativa mediante figuras geométricas. Las incrustaciones de marfil que rodean la Cruz latina enmarcan una banda interior rectangular decorada con figuras esquemáticas de carey y nácar sobre un fondo de ébano.

4.1.- El color negro simboliza la tumba vacía.

 El fondo oscuro de ébano genera un poderoso contraste en las bandas interiores de la Cruz, lo cual posee un significado. El cuerpo de Cristo, tanto en el tramo vertical como en el horizontal de los brazos, aparece reinando en la Cruz sobre el fondo oscuro que representa el reino de las tinieblas, el sepulcro vacío y la muerte misma.

4.2.- La estrella de ocho puntas.

icono estrellaPor eso, en el centro de la Cruz, en la intercesión de los maderos, aparece la estrella oriental de ocho puntas rodeada por dos círculos. La estrella de ocho puntas representa el equilibrio cósmico y la existencia elemental. Pero, sobre todo, es el símbolo de la Gloria, tan usado en Écija en los portajes de los Altares Mayores, Sagrarios y Sancta Sanctorum, así como en vidrieras y mosaicos de mármol de dichos lugares más sagrados y reservados a la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

 4.3.-El círculo representa la divinidad.

icono dos circulosCon palabras de la misma Natalia Pérez-Aínsua, diremos que «la estrella es rodeada por un par de círculos, símbolo de la divinidad […]. Ese centro de la cruz nos habla de la divinidad, porque el centro de todos los centros es Dios, así como alude a la naturaleza divina de Jesús y a la eternidad».Dicho artículo ya mencionado de la historiadora ecijana, concluye que «nos hallamos ante una cruz que simboliza el árbol de la vida y no el martirio del patíbulo», de modo que más adelante se refiere a esta Cruz como «trono de la divinidad». El Card. Carlos Amigo Vallejo afirma que «las cruces de los Cristos ricamente adornadas, a veces de carey, maderas preciosas o plata, están indicando también la divinidad de Cristo y la dimensión pascual de su sufrimiento que lo llevará a Resucitar»[2]. En efecto, sin entrar en la simbología cósmica de la Cruz de Jesucristo y las leyendas piadosas que la acompañan a lo largo de la historia, podemos afirmar también nosotros que el conjunto del paso está inspirado en el Evangelio de San Juan y en la teología barroca fundada en el corpus de los libros joánicos. Tomando una imagen anterior (que concuerda y refuerza la historia del hallazgo del Confalón y su venida), la Hermandad proyectó la representación de un Cristo Luz, un Cristo Glorioso al modo de los iconos orientales, el cual nos habla de cómo nuestros sufrimientos, un día, serán también transformados en gloria.

 Para finalizar, desearía sólo recordar cómo el encuentro históricamente contextualizado entre la fe y la cultura genera siempre un correlato plástico en el arte sacro. Por eso, cuando se cree que el trono de un Cristo victorioso es una representación pobretona propia de los años 20 o de la postguerra, sencillamente se deduce que no se ha entendido nada de la evolución milenaria de las ideas en este valle junto al Genil.

Luis Joaquín Rebolo González

Director Espiritual


[1] En el Museo de Arte Sacro de Santa Cruz, en el Coro de las Florentinas y en la Capilla del Cristo de la Salud aparecen unos lienzos donde se representa a Cristo, Fuente de la Vida.

[2]  Mons. Carlos Amigo – Ángel Gómez, Religiosidad popular. Teología y Pastoral, Madrid 2000, 95.

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